Hay días en los que te despiertas y tienes esa extraña sensación, esa vocecilla en tu cabeza que no para de repetir "hoy no es tu día". Y así, con todo el mal humor del mundo, te levantas, te vistes a regañadientes, te lavas la cara con una fuerza descomunal (como si por frotar más fuerte fueras a coger un mejor color o a desaparecer del mapa) y sales corriendo hacia la calle, porque encima resulta que llegas tarde y que cuando has cerrado la puerta y ya estás dentro del ascensor te das cuenta de que se te ha olvidado algún trabajo importante o las llaves para volver a casa. Y por si no podía ser mejor el día, al salir tú vas y te tropiezas, y miras a todos lados pensando si alguien te habrá visto y lo mal que has quedado... y así sucesivamente, cada mañana, cada día, los 365 días del año durante el resto de tu vida.
Pero por la tarde, cuando ya ha pasado gran parte de la jornada y tú has descargado gran parte de tu mala leche acumulada, de repente sonríes. Vas por la calle caminando, tú y tu soledad, y simplemente SONRIES, tal vez solo por escuchar a un músico con un acordeón y sentirte como Julia Roberts en Pretty Woman paseando por Beverly Hills; o a lo mejor has visto a una pareja de niños de trece años que caminan a ocho metros de distancia mirándose con cara de vergüenza y de no saber que decir...
Hay millones de cosas que pueden hacerte sonreír, solo se trata de encadenar unas con otras, un día con otro, durante el resto de tu vida, tan solo es una técnica de supervivencia.
Porque la vida es un banquete y la muerte es el postre.
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