miércoles, 30 de noviembre de 2011

Oda a la casualidad


Pensad en el cuerpo humano. Pensad ahora específicamente en el sentido de la visión. Todas las veces que este sentido nos induce a error. Hay millones de ejemplos de falsedades ópticas; desde las típicas que nos enseñan en el colegio de meter una pajita en un vaso de agua, hasta otras más complejas con mezclas de gamas cromáticas. Cuadros que desde lejos parecen una cosa y de cerca son otra; grafitis en la calle con perspectiva que parecen de lo más reales; juegos de “magia” que no son otra cosa que un sutil engaño para nuestra vista…

Y yo me pregunto, ¿solamente se puede engañar a los ojos?. Seguramente todos hemos pasado por una situación en la que sin más han engañado completamente a nuestros sentidos. Sí, nos creemos muy listos, pero ¿a quién nunca le ha engañado una amiga?, ¿quién no se ha encontrado con una de esas personas que son todo lo contrario a lo que parecen?. Pero mi teoría no se basa en demostrar nuestra idiotez, sino que esas malas jugadas que insultan a nuestro intelecto llevan a cosas realmente beneficiosas.
Puede que nos hayamos dejado llevar por primeras impresiones; típico que el primer día de clase visualizas el panorama y tu mente (pequeña y retorcida) procesa de manera rápida quienes parecen mejores influencias y más afines a ti, y por otro lado a ese grupillo con el que sabes que como hables mucho vas a acabar malamente… En esos momentos puede que te equivoques, pero ¿y si no lo haces?, ¿realmente es una casualidad que nuestra cabeza seleccione de manera indiscriminada lo que nos conviene?. Es perfectamente posible que, efectivamente, acabes acercándote a lo que tus propios efectos ópticos (engañosos o no) han determinado más acertado.
Pongo otro ejemplo completamente contrario: esos momentos en los que tus mejores referencias te hablan mal de una persona, y nada más escuchar su nombre o ver su cara sabes que todo lo que dicen no es cierto. Simplemente son sensaciones, pero tú (curioso como el resto de seres humanos), quieres saber más y más, poder tener argumentos que te hagan darle la razón a tu cabeza y decir: “oye pues resulta que no es tan mal tío”.
Sinceramente no creo en las casualidad. No soy psicóloga, ni neuróloga, ni nada parecido, pero pienso que en nuestra cabeza hay un pequeño sistema de autodefensa. Una especie de efectos ópticos cerebrales que nos hacen distorsionar la realidad para descubrir más acerca de las cosas que nos interesan. Así es como a base de pequeñas casualidades formamos nuestra vida, llena de personas que queremos y nos hacen felices, llenas de efectos ópticos que nos hacen acercarnos a lo que nos interesa y huir de lo que nos hace daño.
No voy a llamarlo casualidad, tampoco voy a llamarlo destino, de hecho no tiene nombre el término al que me refiero, pero tengo más que seguro que cada uno en este mundo tiene su camino marcado y no es otro que el de la felicidad.